Hubo un tiempo en que
me sentí dañado,
sentía ausencia
dentro de mí mismo.
El espejo reflejaba
esa realidad que no podía ver
pero la sentía, era
doliente, casi insoportable.
Y me hacía
peguntas que no tenían respuestas
pensaba que algo,
alguien, Dios, se había olvidado
o quizás había
dejado de tenerme en cuenta.
Porque las voces
que escuchaba me acercaban al temor
me alejaban de la
realidad que me ahogaba
hasta podía
escuchar mi propio ritmo cardíaco
y esperaba ese
momento, en el que dejara de sentirlo.
Era como resignarme
a la muerte, regalarme a la nada
no veía auras, ni
ángeles, ni podía imaginar el color azul
no diferenciaba las
mañanas de las noches
me daba lo mismo
que sea o no sea, que flote o me hunda.
Y desvanecido en mí
mismo dejé de preguntarme cosas
fui aprendiendo a
mirar fijo las pequeñas cosas
los pequeños
detalles de la vida misma
caminar solo
mirando a la gente apurada
ver el llanto de
tantos niños solos
oler la soledad del
monte y del río, sus ruidos y silencios
sentir la brisa
húmeda del rocío de madrugada.
Y sin pensar en
nada, con la mente en blanco
vi algo parecido a
un ángel que me miraba fijo
y fue como si me
hubiera gritado en silencio.
“Nadie jamás sabrá
lo que vibra dentro tuyo.
Solo tú eres capaz
de hacer vibrar esa caja de resonancia
que es tu mismo
cuerpo, ese cuerpo que es solo cáscara.
Aprovecha cada
momento, mantente limpio por dentro
después de todo,
queda nada, todo se vuelve tierra
y sin darte cuenta
comenzarás la segunda parte de la vida
sin mochila, ni
ropas, ni lujos, ni preguntas, y nadie te verá
y en cambio tú
podrás verlo todo, y el mundo seguirá girando
y la gente
caminando apurada, y los niños llorando…
Y tú serás mi
compañía, y yo la tuya, de noche y de día.
Char…libre, sin registro©