¿Qué sucede con las cosas que hemos dicho, oído, gozado, cosas de las que se ha nutrido nuestro espíritu y que luego hemos olvidado?
Las cosas dichas, oídas, vividas o amadas, ¿siguen viviendo dentro nuestro, en el fondo de nuestra conciencia o terminan en una suerte de reino ideal donde es recogido todo el amor hecho gestos y palabras y que luego fue olvidado en el torbellino de las experiencias de cada día?
¿Son éstas cosas las que nos inquietan cuando nuestro camino es marcado por incoherencias y desviaciones que nos hacen semejantes a los ríos perezosos y tortuosos de llanura? ¿Son ellas, esas cosas, las que nos hacen sobresaltar en momentos de silencio, junto al recuerdo de valores entrevistos y que, tal vez, nunca hemos hecho completamente nuestros?
El camino del hombre conoce incertidumbres y retornos incomprensibles, recuperaciones de coherencias imprevisibles… ¿Son esas cosas dichas, escuchadas, gozadas y de las que se ha nutrido nuestro espíritu, las que hacen posible repentinas recuperaciones de lucidez y dolorosos retornos de coherencia?
El hombre muere, pero las palabras dictadas por el amor a la vida permanecen vivas para hablar de él, para hablar de las cosas en las que él ha creído y tratado de testimoniar a fin de que otros pudieran caminar buscando la Vida.
Existe, pues, un reino de las cosas dichas, escuchadas, gozadas, de las que se ha nutrido nuestro espíritu, cuyas puertas están defendidas del olvido. Allí permanecen vivas, esperando que un día algo las haga emerger de nuevo.
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