Feliz Pascua de Resurreccción.

Ciertas predicaciones sirven solamente para apagar nuestro amor propio, y pasando por sobre la cabeza de quienes no escuchan, hacen perder el tiempo. Es el caso de esos discursos refinados, ricos en referencias a una palabra que no es nuestra  y que, sin embargo, sabemos muy bien adaptarla para sostener tesis que imponemos a los demás, ya que hemos concluido a priori su validez.

Una voz que se forma o se formó en el silencio cómplice de la injusticia y del pecado no puede pretender que la escuchen, si anuncia una verdad que aún no fue vivida en toda su densidad exigente.

Callado la boca, el hombre justo expresa eficazmente con su propia vida un mensaje que ninguna palabra, privada de verdad, podrá anunciar.

La existencia del pobre, proclamado feliz por el evangelio, reprueba con su silencio la injusticia y reclama una hermandad negada.

Con hechos el hombre misericordioso habla de una misericordia que no se cansa de acoger a cuántos están fatigados y oprimidos por el pecado propio y el de los demás.

Con hechos, los constructores de la paz anuncian a los hijos de Dios, sus hermanos, la posibilidad real de un mundo pacificado en el que los afligidos de todos los pueblos escucharán el mensaje esperado “paz a los de lejos, a los de cerca paz” mientras verán convertirse en instrumentos de bienestar las armas que ayer llenaron la tierra de muerte y de llanto.

Y ahora “[…] calla, veamos un poco qué es lo que expresa tu vida; que sea ella, al menos una vez, la que diga quién eres tú” (S. Kierkegaard) y, de ésta manera, transparente ese mensaje que todavía no alcanza a anunciar de manera eficaz.

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