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martes, 16 de noviembre de 2010

BIENAVENTURANZA.

Los sabios de todas las épocas nos recuerdan que todos los hombres quieren ser felices y explican en sus obras qué cosa sea la felicidad de la vida, proponiendo cuidadosas distinciones y teorías complicadas.
La gente común que la mayoría de las veces ignora las doctas teorías de los sabios, tiene su filosofía casera que, sin embargo, corre el riesgo de reducir la felicidad a un bienestar o a aquel “emporio para una pequeña felicidad” que es el hedonismo, (búsqueda del placer y supresión del dolor como razón de ser de la vida)
Bienestar, felicidad, alegría, bienaventuranza: ¿son sinónimos o son realidades distintas entre sí?
No es una casualidad que en el Nuevo Testamento se refiera hablar de “bienaventuranzas” y que sean llamados “bienaventurados” justamente quienes no podrían entrar fácilmente en las categorías filosóficas de la felicidad.
La búsqueda de la felicidad y del bienestar es un punto del cual, sin embargo, es necesario partir para llegar a la alegría y a la bienaventuranza. Hay que reconocer-en la necesidad de identidad, de realización y de bienestar que advertimos en nosotros-, la exigencia de ese más que el discurso evangélico deja entrever. Ese más lo encontramos en el contraste entre lo que se prometió y un hoy en el que la bienaventuranza está ligada a una condición que niega el bienestar y la felicidad humanamente entendidos, pero que no niega la alegría.
Y es una incumbencia diaria la búsqueda de la felicidad así entendida, con el compromiso de dar respuestas más verdaderas a nuestro deseo de realización, entendido ahora como configuración al modelo de la bienaventuranza evangélica.

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